martes, 14 de junio de 2011

En defensa de la democracia

Esta semana el excandidato presidencial Antanas Mockus renunció a su Partido Verde, la última y más reciente aspiración de muchos colombianos por tener un gobierno honesto, gracias a la eventual alianza de esta colectividad con el partido de la U, con el fin de aspirar a la alcaldía de Bogotá. Con ocasión de este tema quiero plantear algunas observaciones sobre dos dificultades que engendra la consabida política de alianzas. La primera de ellas es la universalización de la tendencia a realizar alianzas. La segunda es la dilución de la responsabilidad política de los partidos.  

En democracias multipartidistas suelen surgir, para cada elección, una serie de alianzas con el ánimo de asegurarse una mayoría suficientemente amplia y, por lo general, el triunfo en las aspiraciones a los cargos ejecutivos. Tales alianzas permanecen con posterioridad a la victoria. O por lo contrario, la representación de las alianzas gubernamentales o parlamentarias, se postulan como alianzas electorales. En Colombia esta suerte de práctica fue facilitada por la más reciente reforma política. Pero a mi parecer tal práctica engendra un problema que atañe al sentido mismo de la existencia de la democracia. El procedimiento de alianzas pese a que puede favorecer cualidades democráticas como la permanencia de una mejor gobernabilidad y procurar una mayor estabilidad, no puede universalizarse porque hace insignificante la existencia del procedimiento democrático mismo. La práctica de realizar alianzas puede describirse como la reducción de dos agendas políticas o dos ordenaciones de valores políticos a una sola. Tal práctica no puede universalizarse como principio de la democracia, porque nos conduce inmediatamente a la existencia de un partido único o de algo semejante, a la supresión de las diferencias ideológicas o a la  subvaloración de las mismas, a la dilución de la responsabilidad política, y a una nueva y esquizofrénica política totalitaria, puesto que las diferencias quedan ocultas bajo un supuesto manto de consenso y unidad.

Toda unidad se construye mediante una determinada exclusión. En este caso el incremento del tamaño de la coalición legislativa-ejecutiva sólo evidenciará la pre-existencia de una clase dirigente a la que no le interesa la representación de los ciudadanos ni su participación a la hora de la toma de decisiones, puesto que han logrado una adecuada repartición de las cuotas burocráticas. La muy cuestionable existencia de un partido único, se asemeja a la existencia de una pluralidad de partidos políticos pero que hacen parte de una unidad de gobierno, por cuanto no es posible que haya una adecuada representación del pluralismo al interior de las instituciones en las que tiene alcance la distribución del poder. Aunque es frecuente en la historia política colombiana la preeminencia de cacicazgos políticos, y pese a que estos han sobrevivido a las diferentes reformas políticas, parece existir aquí una primacía del clientelismo por encima de la ideología. Si un partido a puede unirse a nivel local, en un determinado distrito electoral con un partido b, pero en otro lo hace con un partido c, en donde los partidos b y c son contradictores políticos, tal esquizofrenia solo puede ser indicador de relaciones clientelares y del olvido de los aspectos ideológicos. Pero esto resulta más grave aún cuando los partidos a, b, y c disuelven las diferencias políticas que los justifican, en aras de cumplir una supuesta agenda nacional, sin procurar un consenso a partir de tales diferencias, sino predicando el unanimismo a partir de los mismos fines, pese a tener principios diferentes. Los regímenes de partido único por lo general son vistos como regímenes violadores de derechos humanos, donde se ahogan libertades políticas y se impide el debate libre de ideas. Una política de alianzas maximizada, esto es, que incluya todos los partidos existentes, se hará la pregunta de para qué debatir si se puede decidir. Y aún si tal maximización no logra ser absoluta, si mermará a tal punto el carácter de la oposición que no tendrá sentido su existencia. 
Las democracias sin oposición existen, pero su eficiencia deja mucho que desear. Y en todo caso nunca garantizan la alternación de poder.

Tal característica introduce el segundo aspecto a problematizar de la tendencia radical a la creación de alianzas que es la dilución de la responsabilidad política. ¿A quién se harán los reclamos cuando la administración pública fracase, o a quien se castigará por su ineptitud para conseguir los fines para los que se eligió, o por su corrupción, si es imposible distinguir su filiación política, y además es la única opción. El transfuguismo, tan frecuente en estas tierras, se introdujo como elemento constitucional al consagrar la posibilidad de realizar alianzas, puesto que el mismo principio guía ambas prácticas. La mismidad del criterio, el mismo esquema de valores políticos, hace posible que un candidato hoy haga parte de una colectividad y mañana de otra. El viejo refrán de si no puedes con tu enemigo, únetele, es la consigna de la actual política colombiana. Si las diferencias políticas se resuelven por el consenso electoral y clientelar no vale la pena mantener la democracia. Si además la clase dirigente no se las ve con la clase dirigida, tal régimen es inútil. Por eso la renuncia de Mockus es significativa, porque si todo vale, nada vale.

jueves, 9 de junio de 2011

Crisis de Liderazgo


Cada día se nota más que en Colombia hay una escasez de líderes sorprendente. Hay que mirar sólo un poco, los candidatos a la presidencia en 2010, ahora figuran dentro de la lista de candidatos a las mayores alcaldías colombianas. No es por nada pero los favoritos para la alcaldía bogotana o ya han sido alcaldes, o fueron grandes candidatos a otras instancias de poder en el país, y dado que resultaron perdedores, entonces son los grandes candidatos a otros espacios. O bien Bogotá tendrá un perdedor recompensado o tendrá un “experto conocedor de la ciudad” (vg. un exalcalde), y para ello basta ver la reciente encuesta publicada por Semana. Los perfiles de los candidatos que “lideran”, evidencian, por encima del supuesto conocimiento de la ciudad su falta de principios políticos y la tenencia esquizofrénica de valores políticos, que valga decirlo, cambian con la dirección del viento. Pienso que no hay que elegir al que más liderazgo parezca tener, sino hacer líder a quien ofrezca mejores garantías de realizar nuestros principios en la administración de Bogotá. Esto, bajo el supuesto de que los colombianos tengamos alguna suerte de principios.

Esta duda me permite introducir el asunto al que realmente quiero referirme cuando hablo de crisis de liderazgo. El único liderazgo realmente existente es el de la crisis. La expresión “el liderazgo de la crisis” tiene dos sentidos, el primero de ellos es el de quien lidera durante la crisis, y el segundo es el de la preeminencia de tal estado de cosas. Lo que digo, lo digo con más fuerza hacia el segundo sentido. Crisis quiere decir, eventualmente, ruptura, y la ruptura de los principios en Colombia es la que puede explicar el estado actual del liderazgo político. La debilidad de los partidos políticos en el país se debe, quizás, y en esto tal vez no coincida con los expertos, al hecho de que siempre andan en busca de un líder que o bien los represente, o bien los oriente. Toda representación implica una distancia entre aquello que es la representación y eso que es representado. Todo aquello que necesita una orientación, por lo general, está desorientado.  El tamaño de la distancia del primer caso, por lo general coincide con el rango de desorientación del segundo caso. Así, lo que suele llamarse la base política está corrientemente distanciada de sus líderes y, tal vez por ello, desorientada.

“Crisis” es tal vez la palabra más usada para referirse al devenir histórico de la política y la sociedad colombianas. No existe un texto sobre el tema que no pase por allí, al punto de convertirse en un lugar común en muchos textos, lo cual, sin embargo, no le resta capacidad analítica. Al respecto sólo tengo un comentario y es la regresión ad infinitum en la que está inmerso dicho análisis, bajo el supuesto de que la modernidad misma es una crisis perpetua. La crisis de la crisis de la crisis… etc. Al referirme al papel de lo que se llama la base política, considerando que la situación de “distanciada y desorientada” sea cierta, estoy buscando alejarme de la democracia representativa, cuyos vicios ya conocemos. La designación de nuestros gobernantes, dentro de la democracia representativa, no ha logrado esquivar los vicios de ésta. Uribe Vélez se mostró como el menos distante y como el mejor líder, pero ahora sabemos que las apariencias engañan, y que estar cerca de la gente cada semana, no es garantía de nada. Para los conocedores, la democracia deliberativa y unos valores políticos no individualistas serían la solución. Pero las leyes no se cambian con la razón, y la historia tiene demasiada fuerza, para que los valores sean cambiados en el corto plazo.     
         
Este pesimismo sólo demuestra una cosa. No importa quién sea el próximo alcalde, ni cuan altos sean sus principios morales, el problema real de la ciudad y del país es la democracia representativa. 

La democracia vs los derechos

“ Pequeña fábula: érase una vez una comunidad de ovejas que hicieron una votación para definir si les convenía o no la decisión de los lob...