Recientemente fui víctima de un atraco a mano armada. Haciendo
un inventario de las pérdidas, más allá de los bienes de los que fui despojado
perdí mi confianza hacia la sociedad, particularmente hacia los motociclistas.
La facilidad con la que fui abordado me hizo pensar en la facilidad del
sicariato, pero también en la facilidad con la que se pasa de un estado de
relativa confianza a uno de nula confianza. Puede ser un efecto pasajero
producto de la agresión, la amenaza y el daño causado, pero la emoción es
particularmente desesperanzadora.
En una sociedad organizada la incertidumbre causada por la
existencia de delincuentes parece anunciar el fin de las instituciones de
derecho. Si bien puede acusarse a la propiedad de producir el efecto contrario,
es decir, el incentivo material al despojo por cuanto existen probadas
diferencias entre las propiedades de las distintas clases sociales, creo que no
es suficiente. No es válido el argumento de que el ladrón roba porque no tiene
con qué comer cuando anda en motocicleta y armado, a menos que también las haya
robado. Creo que en ciertos casos hay ladrones dedicados al hurto
profesionalmente. Si una persona
puede vivir 25 o más años dedicado a actividades delictivas sin ser
detectado, su actividad sí pudo haber minado la confianza entre los ciudadanos.
Y este no es un problema minúsculo, pues el único elemento
con el que cuentan las sociedades para existir es la confianza. Confiábamos en nuestros vecinos y confiábamos
en las instituciones, pero ahora tenemos que poner rejas en todas las puertas y
ventanas y pagar seguridad privada. Pequeños problemas de convivencia que no
son solucionados a tiempo pueden crear verdaderos monstruos. Si el problema de
la inseguridad ciudadana no es solucionado a tiempo, pronto tendremos un nuevo
monstruo paramilitar ofreciendo seguridad y justicia a cualquier costo.
Una sociedad anárquica como esta en la que vivimos bajo el
reino del neoliberalismo promueve el robo y el hurto porque no le interesa la institución
de la propiedad sino la del consumo. Por lo anterior casi que puede asegurarse
que los ladrones profesionales son sus elementos imprescindibles, puesto que
promueven gastos que no estaban planificados, pérdidas que deben ser reparadas.
Invirtiendo la frase de Hobbes, donde hay injusticia no puede haber propiedad. No
hay Estado que proteja a los ciudadanos si la ciudadanía misma está
descompuesta, si nadie puede estar frente a su casa con tranquilidad. Si la
sospecha se apodera de todo el mundo las instituciones se derrumbarán.
El hurto resulta tan inmoral como la mentira y el asesinato,
pues nadie desearía vivir en una sociedad donde cualquiera pudiese despojarlo a
uno de sus bienes por su simple voluntad. Pero tiene una particularidad frente
a la mentira y el asesinato, y es que los sentimientos que produce no son
individualizables sino que, por el contrario, son algo general. La desconfianza
se vuelve permanente y las formas de cooperación desaparecen.
No hay suficiente policía para vigilar a
cada ciudadano, ni la habrá, ni los delincuentes comprenderán que cuando se
hiere una parte del cuerpo no se hiere solo esa parte sino a todo el
cuerpo.