La juventud es técnicamente uno de los
problemas actuales de la administración pública. ¿Qué hacer? Se preguntan los alcaldes, los profesores y la policía. ¿Qué hacer? Se preguntan los mismos
jóvenes y los adultos que ven casi con desprecio a las generaciones venideras. En todo tipo de problemas se ven avocados los jóvenes, desempleo, inseguridad, violencia, abstencionismo político, entre otros. La respuesta, a pesar de ser muy simple, ha sido dejada de lado desde mucho
tiempo atrás. No es una respuesta original, por supuesto, y, mucho menos,
novedosa. Seguramente se encontrará aquí la coincidencia con el pensamiento de algunas
organizaciones políticas de izquierda. Para mí es claro que lo que le falta a
la juventud colombiana es formación
política. Y me atrevo a plantear que es el primer paso para la solución de
la mayoría de los problemas de la juventud.
Pero la formación política de la que
hablo no es una tarea más para encargar al Estado, ni a las instituciones de
educación, es una tarea de la ciudadanía, en particular de las organizaciones
políticas. Y en este orden de ideas la justicia intergeneracional cobra parte
de su sentido en la medida que las generaciones en el poder abonan el terreno
de las venideras. La formación política de las organizaciones que compiten por
el poder del Estado cumple un papel determinante en cuanto a la visión que
obtienen sus jóvenes participantes, tanto de las tareas mismas a desarrollar
dentro de la organización como fuera de ella y, en particular, si se diera el
caso de acceder al gobierno. Este cambio en las perspectivas es transformador
de las rutinas diarias de los jóvenes y de sus expectativas respecto al futuro.
Con ello no se impide de ninguna manera ni se orienta de modo definitivo hacia
una vida dedicada a la política. De hecho, muchos de ellos continúan con sus
aficiones principales, pero adquieren un punto de vista que proporciona mayor
amplitud, más tolerancia, y una identidad mucho más definida.
Con formación
política no me refiero al ejercicio simple y llano del proselitismo con el
fin de obtener beneficios electorales a partir del trabajo y los votos de las
nuevas generaciones. Pero tampoco hago referencia a un proceso educativo
tradicional, donde hay unos aprendizajes básicos para los participantes. Con
formación política me refiero más al espacio de la libertad de expresión acondicionado para los jóvenes. Mejor que un
curso de liderazgo es hablar y controvertir con los pares. Mejor que un curso
de formulación de proyectos es discutir los objetivos y las estrategias de la
sección juvenil de la organización política. Mejor que un curso de ética y
valores es la construcción de la responsabilidad y el compromiso, así como la
solidaridad que se teje con los integrantes menos favorecidos de la
organización.
Lo anterior no es propiamente una
aspiración desde el
republicanismo contemporáneo. Pero sí enfrenta al extremo del individualismo
metodológico, en la medida que los grupos donde se forman políticamente los
jóvenes logran transformaciones colectivas importantes. Basta ver algunos
ejemplos para reconocer un antes y un después del tránsito de estas personas
por las organizaciones que ofrecen formación política. Ningún joven tiene por
qué abandonar su proyecto de vida individual pero sí puede adquirir formación
política. Esta le añadirá con seguridad disciplina, tolerancia y un
conocimiento práctico-político que ninguna cátedra podrá.
*Imagen tomada de http://www.agendapampeana.com/ampliar.php?id=4065