lunes, 23 de marzo de 2015

Una forma alternativa de elegir magistrados

Corresponde a la filosofía política el diseño de una alternativa o una salida cuando las instituciones existentes se desfasan,  pierden su naturaleza o fracasan; éste es el caso de las instituciones de justicia en Colombia. Fácilmente, quienquiera, puede deducir que también es el caso de la mayoría de instituciones. Muchas de ellas padecen del clientelismo y para acceder a sus cargos hay que apela al arribismo, al amiguismo, al favor político y solo en algunos casos al mérito (con los problemas que esto implica). En últimas, esta ‘estructura’  explica los casos de corrupción, así como la incompetencia plena de la administración de justicia para resolver con celeridad y en el marco de lo justo los distintos casos y problemas sociales que se llevan ante ella.

No podemos separar el sistema judicial de la manera en que funcionan las otras áreas de la democracia colombiana. Y en este sentido es claro que si el sistema de elección de quienes eligen posteriormente a los magistrados está viciado, habrá ciertamente una transferencia de dicho vicio. Nuestro modelo de democracia no garantiza la participación del más amplio número de ciudadanos, ni se preocupa porque lo hagan en condiciones de ilustración suficiente, por el contrario, le basta con abstenciones del 60% y con decisiones basadas en la publicidad y en los efectos de la demagogia, persigue la oposición, reprime la protesta social, permite la compra de votos y por ello no hay la más mínima condición de igualdad para la participación. De hecho, muchas personas creen que la democracia se reduce a las elecciones.

Pero la democracia también implica la tan mencionada separación de poderes y la idea de los pesos y contrapesos. En Colombia los magistrados de la Corte Constitucional son elegidos por el Senado, a partir de ternas que presentan el Presidente, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado. Independientemente de donde proceda la terna los candidatos a magistrados tienen que hacer lobby con los congresistas, y esta práctica implica compromisos previos respecto a casos futuros. Cuando los magistrados deberían elegirse por su calidad, experiencia o capacidad académica, se eligen por la capacidad de prometer resultados a sus directos electores o a los patrocinadores de estos.

Los magistrados de la Corte Suprema son elegidos por la misma Corte y postulados por el ya decadente Consejo Superior de la Judicatura, lo que en teoría le da un poco de autonomía. Pero como no es necesario hacer parte de la carrera judicial para llegar a ser magistrado, es posible que se dé lo que en Colombia se ha conocido como ´la puerta giratoria’. Y esto ocurre tanto para ingresar a las Cortes como al salir de ellas, pues los cargos no son vitalicios, lo que permite que al finalizar el periodo de magistratura se acceda a cargos con mejores remuneraciones, ya en otros cargos del sector público, ya en cargos del sector privado.

Los seres humanos titubean entre el azar y el determinismo. Algunas cosas se prefieren bajo el mayor cálculo y predicción, de modo tal que no escapen al control de los agentes. Otras, se dejan al azar. La democracia es, en condiciones puras e ideales, una cuestión de azar, pues no es fácil determinar con anticipación la decisión de cada votante, y cada hecho del acontecer nacional o local puede influir en la decisión final de este. Pero tales condiciones no existen, y en países con pobre formación política de sus ciudadanos, y con escasa mayoría de edad, es muy fácil para el político profesional organizar su estrategia y hacerse a la victoria con relativa facilidad siempre que cuente con los medios económicos y logísticos, es decir, sin dejar nada a la suerte. Y así, curiosamente, funcionan las demás elecciones.

Es por eso que pienso que el azar puede ayudar a que la elección o designación en los diferentes cargos sea más afín con las ideas de democracia, justicia e igualdad de acceso a los cargos que profesa la teoría del liberalismo político. Ya en la antigua Roma y en Grecia se designaban magistrados por sorteo, en la medida que el único requisito en ese entonces era ser ciudadano. En nuestros días podríamos añadir la necesidad de tener título de abogado y el hecho de no tener cuentas pendientes con la justicia.

Esta medida de designar a los magistrados por sorteo, entre un grupo de interesados y calificados (lo que implicaría tal vez su pertenencia a la carrera judicial), superaría en cierta medida los excesivos impedimentos y la lentitud del sistema meritocrático (así como su estructura profunda de exclusión), y superaría por completo los vicios de elección que existen actualmente. Habría que hacer los cargos vitalicios y pasar de una sociedad de apáticos políticos a una de mayores de edad en términos kantianos.  Los controles sobre el ejercicio de las funciones de estos magistrados podrían ser ejercidas en los mismos términos en que se ejercen actualmente. 

Nota: La creación de una supercorte sólo me hace pensar en quién controlará a dichos supermagistrados y en quién los designará.

domingo, 8 de marzo de 2015

La paz de las mujeres

Sé que hay varias referencias recientes al respecto, y en particular frente a la coyuntura que vive Colombia, pero por el momento me permito obviarlas. Parto del supuesto de que las mujeres poseen un entendimiento más profundo de lo que es eso que llamamos “paz”, dado que responden a una serie de virtudes que son más difíciles de alcanzar para los hombres que a ellas. Simone de Beauvoir denunciaba ya en su época que a la mujer se le había asignado históricamente el papel de “la inmanencia”, mientras que el de la “trascendencia” había quedado en manos de los hombres. Esta denuncia puede mantenerse en Colombia hoy en día.

Pese a los esfuerzos de la Mesa de Conversaciones de la Habana por incluir a las mujeres y a sus temas en los diferentes puntos de la Agenda, es mi percepción que las conversaciones siguen siendo un tema de hombres, así como la guerra fue siempre un tema de hombres, es probable que, en consecuencia, tengamos una paz entre hombres, una paz patriarcal. Lo complicado de este tipo de paz se manifiesta de dos formas, la primera es que las mujeres son las víctimas principales puesto que la guerra, prácticamente, se libró sobre sus cuerpos; la segunda es que una paz con las mujeres, o mejor, una paz al modo de la mujer, puede ser una paz mucho más profunda y duradera.

La paz sería mejor, creo, porque a la mujer se le da mejor el asunto del perdón: es capaz de perdonar al modo en que perdona la naturaleza, un perdón reconstructivo. Asimismo se le da mejor la tolerancia, una tolerancia transformadora. Y la mujer, en general, posee una memoria privilegiada. Memoria, perdón, tolerancia, son virtudes de la paz. El perdón reconstructivo es el que sana las heridas, no el que simplemente las oculta. Las mujeres son casi siempre más cooperadoras que competitivas, y esta disposición, sea natural o histórica, las orienta de sobremanera a la paz. Ellas tienen un sinnúmero de propuestas; desde mucho antes de que empezara este proceso, las mujeres ya estaban trabajando por la paz, no sólo enfrentando las causas materiales y evidentes, sino a todo ese mundo de microviolencias cotidianas, invisibles casi siempre, pero que pueden ser como la chispa que hace arder el combustible del conflicto.    

Un efecto de la paz de la mujer,  tiene que ser que ella no cargue sobre sus hombros, como lo ha hecho con la guerra, las consecuencias de la paz o los costos de la misma. La guerrilla ha sido muy proclive a destacar la igualdad de capacidades para la realización de tareas entre hombres y mujeres, pero poco ha dicho sobre la igualdad de realización de dichas tareas, ni de las diferencias, así como tampoco del goce de sus resultados, o al menos no, en lo poco que se conoce de su vida interna. El Estado por su parte es incapaz de llevar a la realidad la justicia, la administración, el bienestar, el reconocimiento y la participación de y para la mujer. Sus esfuerzos se quedan cortos, y el tratado de paz que se avecina, no incorpora mayores ventajas. Algunas feministas colombianas celebran que haya al menos un par de mujeres en la mesa de conversaciones. Pero no es suficiente. La paz debe desterrar esa idea de hombría asociada a las armas y al ejército.    


Desde los tiempos de Lisístrata (Aristófanes) las mujeres ya se preocupaban por el asunto de la paz.             

La democracia vs los derechos

“ Pequeña fábula: érase una vez una comunidad de ovejas que hicieron una votación para definir si les convenía o no la decisión de los lob...