domingo, 8 de marzo de 2015

La paz de las mujeres

Sé que hay varias referencias recientes al respecto, y en particular frente a la coyuntura que vive Colombia, pero por el momento me permito obviarlas. Parto del supuesto de que las mujeres poseen un entendimiento más profundo de lo que es eso que llamamos “paz”, dado que responden a una serie de virtudes que son más difíciles de alcanzar para los hombres que a ellas. Simone de Beauvoir denunciaba ya en su época que a la mujer se le había asignado históricamente el papel de “la inmanencia”, mientras que el de la “trascendencia” había quedado en manos de los hombres. Esta denuncia puede mantenerse en Colombia hoy en día.

Pese a los esfuerzos de la Mesa de Conversaciones de la Habana por incluir a las mujeres y a sus temas en los diferentes puntos de la Agenda, es mi percepción que las conversaciones siguen siendo un tema de hombres, así como la guerra fue siempre un tema de hombres, es probable que, en consecuencia, tengamos una paz entre hombres, una paz patriarcal. Lo complicado de este tipo de paz se manifiesta de dos formas, la primera es que las mujeres son las víctimas principales puesto que la guerra, prácticamente, se libró sobre sus cuerpos; la segunda es que una paz con las mujeres, o mejor, una paz al modo de la mujer, puede ser una paz mucho más profunda y duradera.

La paz sería mejor, creo, porque a la mujer se le da mejor el asunto del perdón: es capaz de perdonar al modo en que perdona la naturaleza, un perdón reconstructivo. Asimismo se le da mejor la tolerancia, una tolerancia transformadora. Y la mujer, en general, posee una memoria privilegiada. Memoria, perdón, tolerancia, son virtudes de la paz. El perdón reconstructivo es el que sana las heridas, no el que simplemente las oculta. Las mujeres son casi siempre más cooperadoras que competitivas, y esta disposición, sea natural o histórica, las orienta de sobremanera a la paz. Ellas tienen un sinnúmero de propuestas; desde mucho antes de que empezara este proceso, las mujeres ya estaban trabajando por la paz, no sólo enfrentando las causas materiales y evidentes, sino a todo ese mundo de microviolencias cotidianas, invisibles casi siempre, pero que pueden ser como la chispa que hace arder el combustible del conflicto.    

Un efecto de la paz de la mujer,  tiene que ser que ella no cargue sobre sus hombros, como lo ha hecho con la guerra, las consecuencias de la paz o los costos de la misma. La guerrilla ha sido muy proclive a destacar la igualdad de capacidades para la realización de tareas entre hombres y mujeres, pero poco ha dicho sobre la igualdad de realización de dichas tareas, ni de las diferencias, así como tampoco del goce de sus resultados, o al menos no, en lo poco que se conoce de su vida interna. El Estado por su parte es incapaz de llevar a la realidad la justicia, la administración, el bienestar, el reconocimiento y la participación de y para la mujer. Sus esfuerzos se quedan cortos, y el tratado de paz que se avecina, no incorpora mayores ventajas. Algunas feministas colombianas celebran que haya al menos un par de mujeres en la mesa de conversaciones. Pero no es suficiente. La paz debe desterrar esa idea de hombría asociada a las armas y al ejército.    


Desde los tiempos de Lisístrata (Aristófanes) las mujeres ya se preocupaban por el asunto de la paz.             

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