Sé que hay
varias referencias recientes al respecto, y en particular frente a la coyuntura
que vive Colombia, pero por el momento me permito obviarlas. Parto del supuesto
de que las mujeres poseen un entendimiento más profundo de lo que es eso que
llamamos “paz”, dado que responden a una serie de virtudes que son más
difíciles de alcanzar para los hombres que a ellas. Simone de Beauvoir denunciaba
ya en su época que a la mujer se le había asignado históricamente el papel de “la
inmanencia”, mientras que el de la “trascendencia” había quedado en manos de
los hombres. Esta denuncia puede mantenerse en Colombia hoy en día.
Pese a los
esfuerzos de la Mesa de Conversaciones de la Habana por incluir a las mujeres y
a sus temas en los diferentes puntos de la Agenda, es mi percepción que las
conversaciones siguen siendo un tema de hombres, así como la guerra fue siempre
un tema de hombres, es probable que, en consecuencia, tengamos una paz entre
hombres, una paz patriarcal. Lo complicado de este tipo de paz se manifiesta de
dos formas, la primera es que las mujeres son las víctimas principales puesto
que la guerra, prácticamente, se libró sobre sus cuerpos; la segunda es que una
paz con las mujeres, o mejor, una paz al modo de la mujer, puede ser una paz
mucho más profunda y duradera.
La paz sería
mejor, creo, porque a la mujer se le da mejor el asunto del perdón: es capaz de
perdonar al modo en que perdona la naturaleza, un perdón reconstructivo. Asimismo
se le da mejor la tolerancia, una tolerancia transformadora. Y la mujer, en
general, posee una memoria privilegiada. Memoria, perdón, tolerancia, son
virtudes de la paz. El perdón reconstructivo es el que sana las heridas, no el
que simplemente las oculta. Las mujeres son casi siempre más cooperadoras que
competitivas, y esta disposición, sea natural o histórica, las orienta de
sobremanera a la paz. Ellas tienen un sinnúmero de propuestas; desde mucho
antes de que empezara este proceso, las mujeres ya estaban trabajando por la
paz, no sólo enfrentando las causas materiales y evidentes, sino a todo ese
mundo de microviolencias cotidianas, invisibles casi siempre, pero que pueden
ser como la chispa que hace arder el combustible del conflicto.
Un efecto de la
paz de la mujer, tiene que ser que ella no
cargue sobre sus hombros, como lo ha hecho con la guerra, las consecuencias de
la paz o los costos de la misma. La guerrilla ha sido muy proclive a destacar la
igualdad de capacidades para la realización de tareas entre hombres y mujeres,
pero poco ha dicho sobre la igualdad de realización de dichas tareas, ni de las
diferencias, así como tampoco del goce de sus resultados, o al menos no, en lo
poco que se conoce de su vida interna. El Estado por su parte es incapaz de
llevar a la realidad la justicia, la administración, el bienestar, el
reconocimiento y la participación de y para la mujer. Sus esfuerzos se quedan
cortos, y el tratado de paz que se avecina, no incorpora mayores ventajas. Algunas
feministas colombianas celebran que haya al menos un par de mujeres en la mesa
de conversaciones. Pero no es suficiente. La paz debe desterrar esa idea de
hombría asociada a las armas y al ejército.
Desde los
tiempos de Lisístrata (Aristófanes) las mujeres ya se preocupaban por el asunto
de la paz.
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