domingo, 3 de junio de 2012

La paz y el concepto de "estipulación"


Pienso que la paz no se puede negociar, y esto por dos razones. La primera es que la paz no es un bien en el sentido económico del término. Si así fuera, veríamos a los especuladores negociando futuros de paz en la bolsa de valores y especulando con los precios y utilidades de las mismas. De la paz se puede hablar, se puede establecer, se puede pensar. Pero me parece que no es simplemente el acuerdo de unas voluntades que encuentran ventajas en no agredirse. La paz es un predicado de un tipo de equilibrio social, no el cese de un conflicto armado. La segunda razón proviene de lo anterior, puesto que si la paz se pudiera acordar y fuera realmente ventajosa para todos los que participan de tal acuerdo, ya se habría logrado.  

Si bien lo anterior, Colombia necesita el cese del conflicto armado. También es cierto que no se alcanzará la paz hasta mucho después de que se depongan las armas. Inclusive puede pensarse en que la paz es apenas una idea reguladora, un estado ideal de conciencia como sugieren algunos, de modo que tampoco sería una esperanza verdadera. Así como no se puede decretar la paz tampoco se puede firmar la paz. La justicia transicional nos ha enseñado que para que los conflictos lleguen a su fin con la firma de algún tratado, ambas deben ceder en sus aspiraciones. Las aspiraciones de la insurgencia colombiana, si nos remitimos a su discurso y no a sus acciones tienen que ver con el asunto espinoso de la justicia social, es decir, en pocas palabras aspiran a una mayor igualdad entre los colombianos. Las aspiraciones del Estado colombiano, si nos limitamos nuevamente a su discurso fundacional y no a sus acciones, es decir, a los términos de la Constitución del 91, puede resumirse en el respeto a las instituciones democráticas, incluido por supuesto el derecho a la vida.

Ahora bien, he señalado aquí algo que Rawls llama la estipulación. Esa distancia que se establece entre los principios de justicia que aceptan los participantes de determinada institución y la restricción que se hace de los mismos para poder integrar una organización más pequeña que la sociedad, como la familia.  La estipulación, como mecanismo, nos permite introducir argumentos propios de la cultura de trasfondo en la cultura política. Nuestra cultura política, aunque viciada por el clientelismo, el fraude, la coerción, la falta de partidos fuertes ideológicamente, la abstención, la compra de votos y otras formas de corrupción, tiene como propósito el fin del conflicto armado. Sin algún tipo de estipulación, como supone el uribismo radical que debe darse el fin del conflicto armado colombiano tendríamos a una insurgencia entregando las armas y afrontando procesos judiciales por infinidad de delitos, abarrotando aún más las ya hacinadas instituciones carcelarias colombianas, e introduciendo en la ya congestionada y lenta justicia colombiana una infinidad de procesos.

Esta gran estipulación ha de permitir una justicia transicional para que la sociedad disuelva en la ciudadanía a la actual insurgencia, lo que a su vez ha de transformar a la ciudadanía. Por su parte, la insurgencia también ha de participar en la estipulación y tendrá que integrar en su concepción más básica la idea de que es posible sin apelar a las armas conseguir una mayor igualdad en esta sociedad.

Puede que tal estipulación tenga consecuencias a nivel de justicia internacional por lo que se ha avanzado en esta materia con posterioridad a la segunda guerra mundial y a la entrada en vigencia de los tratados de derecho. Pero también puede que sea preferible el fin de una guerra y el perdón de unos crímenes a su perpetuación en el tiempo.         
               

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