Escribo este texto con el ánimo
de analizar una problemática relacionada con la mal habida categoría de
indigencia. En términos económicos se relaciona con la incapacidad o imposibilidad
de ganar lo necesario para
una adecuada supervivencia; hay diferentes metodologías para establecer si
una persona es o no parte de ella. Muchas veces se confunden los efectos de la
indigencia con las causas, como lo hace muy bien la
derecha colombiana, que yerra por tanto en las soluciones propuestas.
En este caso me preocupo por la
incapacidad de los gobiernos locales, quienes en cierta medida son los primeros
responsables de brindar la atención básica y primaria a quienes están en riesgo
de indigencia o a quienes están en estado de indigencia. Diferencio acá la
indigencia definida por los economistas y la indigencia que distingue el
ciudadano del común. No son indigentes todos los que recogen basura para
reciclar, pero sí quienes piden dinero en una esquina o en un puente con sus hijos al lado y quienes piden dinero
para consumir alucinógenos. Hay tipos de indigencia y pienso que no deben
atenderse con una misma política pública.
La política pública de Bogotá les ha cambiado el nombre por “habitantes de calle”, como si esto dignificara.
A mi parecer no lo hace y sí enrarece el concepto. Les da una dignidad que realmente no poseen.
La política pública, debería enfocarse en reparar la ciudadanía perdida, y no
solo en reabastecerlos de derechos. Recientemente tuve que solicitar a la Secretaría de
Integración Social su intervención en un conflicto con un “habitante de
calle”, cuyo consumo de estupefacientes me estaba perjudicando en mi salud
física y mental. Su intervención, aunque ágil y oportuna no fue satisfactoria,
pues no se le exigió al “habitante de calle” el respeto básico que deben tener
los ciudadanos por los derechos de los demás. Sencillamente se le hizo una
invitación a participar en los programas de tal Secretaría, invitación que el “habitante”
rechazó. En garantía de sus derechos el “habitante” no puede ser apresado
puesto que su consumo (de bazuco) no está tipificado como falta penal. Tampoco puede
ser obligado por la secretaría a irse a uno de estos hogares de paso. Y para la
Policía su presencia y las molestias que genera apenas son un asunto risible.
Inclusive, puedo asegurar que, no notan su presencia.
Ahora bien, esta breve reflexión
viene a luz con el fin de hablar de esta pseudociudadanía que puede perjudicar
a la ciudadanía de un modo aún incomprensible. Los programas de atención
negativa al “habitante de calle”, esto es, programas que mantienen el status
quo y que de hecho lo estimulan, por cuanto se muestra que los individuos en
condición de indigencia no son abandonados por el Estado, sino que pueden ser
atendidos prioritariamente e inclusive muy beneficiados por los programas de
asistencia social, no resuelven el problema por cuanto atienden a los efectos y
no a las causas de la indigencia. Los programas de atención positiva, que
lograrían que estos habitantes de calle salgan de la calle, por decirlo así,
son escasos; y cuentan con una dificultad mayúscula que no está directamente relacionada
con la autoridades, sino en manos de la ciudadanía misma: nos hemos acostumbrado
a mantener la indigencia a punta de limosnas. Baste ver a cualquiera de ellos
en un bus urbano, o en el Sistema Transmilenio. Parece una actividad indigna,
pero no por ello poco lucrativa. Por lo general se usa la falacia ad misericordiam o el
miedo. El esfuerzo empleado es mínimo para el beneficio recibido, por lo que la
indigencia se convierte en una actividad muy racional. La respuesta a esta
opción de vida, si así puede llamarse, exige un argumento poco liberal, y por
tanto, poco tolerante. Pero no es la respuesta racional del exterminio (a la que puede llegar la ciudadanía en ausencia de la acción estatal), sino la
razonable, de la eliminación de las bases materiales y mentales de la
indigencia como forma de vida.
Si bien es cierto que la
indigencia es en parte un parámetro económico, la indigencia como forma de vida
está metida en la conciencia cultural de la ciudadanía egoísta de las grandes
ciudades. No es la solución al problema de un individuo indigente y su
agregación paulatina lo que dará solución al problema. No es tampoco solución
alguna cambiarle el nombre o el concepto para dejar de ver al objeto. Habitar es
casi una categoría ontológica. Para mis propósitos, habitar es algo que
hacen los ciudadanos. Y los indigentes no alcanzan a ser ciudadanos en todo
sentido. Ser ciudadano, aunque se me
acuse de cierto tipo de republicanismo, no sólo consiste en tener derechos,
sino también en cumplir con ciertos deberes, entre ellos el de garantizar los
derechos de los demás. No veo mucha capacidad en la indigencia de cumplir con
ese grupo de deberes. No participan en la esfera pública, no hay comprensión
política, ni hay tributación. No hay aporte social desde su labor (los
limosneros), ni cultural (con contadas excepciones), ni ideológica, ni
religiosa. Por el contrario su presencia deshace la red social. No tengo datos
que lo confirmen, pero es posible especular respecto a la reducción de las
intenciones de cooperación social de mucha gente en presencia de la indigencia (como
forma de vida).
Seguramente hay algunas personas
a quienes beneficia el crecimiento exponencial de la indigencia,
particularmente aquellas que viven del microtráfico de narcóticos, siempre que
aunque exagerada, la asociación entre indigencia y consumo de alucinógenos es
verdadera. Rechazo la indigencia como forma de vida, y rechazo la tolerancia y
el beneplácito que sienten algunas personas al “ayudar” al indigente. Este
liberalismo egoísta perjudica a la ciudadanía misma. Muchos acusarán al sistema
económico y aludirán al ejército de la reserva laboral. Pero ellos no están
ahí. Están más abajo según las categorías marxistas. Se han transformado las
calles y los parques, mucha gente tolera que los habitantes de calle los
habiten y los usen como sus residencia sin ninguna consideración ética sobre el
derecho a la igualdad o a la vida digna.
Creo que nuestra responsabilidad
está en no tolerar más esta situación. Y en exigir una solución política a este
problema cultural.
*La imagen fue tomada de Ikarus Gallery Cultural Program https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggJf-lN7bmiYC0pKkobxzxSxImarsQfXzUfMZVyxCe7HVwVf_FcyQAh8z1DMFBHO1r8FA5Iw9tTNIXEqqx_4oGI8agrP2i1dDmGU7OfQnAP_X_rlzAhNP6QzMBO0O3j-MdAZNlqFpNMCu9/s320/Indigencia.JPG.
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