lunes, 25 de febrero de 2013

Pseudociudadanía


Escribo este texto con el ánimo de analizar una problemática relacionada con la mal habida categoría de indigencia. En términos económicos se relaciona con la incapacidad o imposibilidad de ganar lo necesario para una adecuada supervivencia; hay diferentes metodologías para establecer si una persona es o no parte de ella. Muchas veces se confunden los efectos de la indigencia con las causas, como lo hace muy bien la derecha colombiana, que yerra por tanto en las soluciones propuestas.
En este caso me preocupo por la incapacidad de los gobiernos locales, quienes en cierta medida son los primeros responsables de brindar la atención básica y primaria a quienes están en riesgo de indigencia o a quienes están en estado de indigencia. Diferencio acá la indigencia definida por los economistas y la indigencia que distingue el ciudadano del común. No son indigentes todos los que recogen basura para reciclar, pero sí quienes piden dinero en una esquina o en un puente  con sus hijos al lado y quienes piden dinero para consumir alucinógenos. Hay tipos de indigencia y pienso que no deben atenderse con una misma política pública.

La política pública de Bogotá les ha cambiado el nombre por “habitantes de calle”, como si esto dignificara. A mi parecer no lo hace y sí enrarece el concepto. Les da una dignidad que realmente no poseen. La política pública, debería enfocarse en reparar la ciudadanía perdida, y no solo en reabastecerlos de derechos. Recientemente tuve que solicitar a la Secretaría de Integración Social su intervención en un conflicto con un “habitante de calle”, cuyo consumo de estupefacientes me estaba perjudicando en mi salud física y mental. Su intervención, aunque ágil y oportuna no fue satisfactoria, pues no se le exigió al “habitante de calle” el respeto básico que deben tener los ciudadanos por los derechos de los demás. Sencillamente se le hizo una invitación a participar en los programas de tal Secretaría, invitación que el “habitante” rechazó. En garantía de sus derechos el “habitante” no puede ser apresado puesto que su consumo (de bazuco) no está tipificado como falta penal. Tampoco puede ser obligado por la secretaría a irse a uno de estos hogares de paso. Y para la Policía su presencia y las molestias que genera apenas son un asunto risible. Inclusive, puedo asegurar que, no notan su presencia.

Ahora bien, esta breve reflexión viene a luz con el fin de hablar de esta pseudociudadanía que puede perjudicar a la ciudadanía de un modo aún incomprensible. Los programas de atención negativa al “habitante de calle”, esto es, programas que mantienen el status quo y que de hecho lo estimulan, por cuanto se muestra que los individuos en condición de indigencia no son abandonados por el Estado, sino que pueden ser atendidos prioritariamente e inclusive muy beneficiados por los programas de asistencia social, no resuelven el problema por cuanto atienden a los efectos y no a las causas de la indigencia. Los programas de atención positiva, que lograrían que estos habitantes de calle salgan de la calle, por decirlo así, son escasos; y cuentan con una dificultad mayúscula que no está directamente relacionada con la autoridades, sino en manos de la ciudadanía misma: nos hemos acostumbrado a mantener la indigencia a punta de limosnas. Baste ver a cualquiera de ellos en un bus urbano, o en el Sistema Transmilenio. Parece una actividad indigna, pero no por ello poco lucrativa. Por lo general se usa la falacia ad misericordiam o el miedo. El esfuerzo empleado es mínimo para el beneficio recibido, por lo que la indigencia se convierte en una actividad muy racional. La respuesta a esta opción de vida, si así puede llamarse, exige un argumento poco liberal, y por tanto, poco tolerante. Pero no es la respuesta racional del exterminio (a la que puede llegar la ciudadanía en ausencia de la acción estatal), sino la razonable, de la eliminación de las bases materiales y mentales de la indigencia como forma de vida.

Si bien es cierto que la indigencia es en parte un parámetro económico, la indigencia como forma de vida está metida en la conciencia cultural de la ciudadanía egoísta de las grandes ciudades. No es la solución al problema de un individuo indigente y su agregación paulatina lo que dará solución al problema. No es tampoco solución alguna cambiarle el nombre o el concepto para dejar de ver al objeto. Habitar es casi una categoría ontológica. Para mis propósitos, habitar es algo que hacen los ciudadanos. Y los indigentes no alcanzan a ser ciudadanos en todo sentido.  Ser ciudadano, aunque se me acuse de cierto tipo de republicanismo, no sólo consiste en tener derechos, sino también en cumplir con ciertos deberes, entre ellos el de garantizar los derechos de los demás. No veo mucha capacidad en la indigencia de cumplir con ese grupo de deberes. No participan en la esfera pública, no hay comprensión política, ni hay tributación. No hay aporte social desde su labor (los limosneros), ni cultural (con contadas excepciones), ni ideológica, ni religiosa. Por el contrario su presencia deshace la red social. No tengo datos que lo confirmen, pero es posible especular respecto a la reducción de las intenciones de cooperación social de mucha gente en presencia de la indigencia (como forma de vida).

Seguramente hay algunas personas a quienes beneficia el crecimiento exponencial de la indigencia, particularmente aquellas que viven del microtráfico de narcóticos, siempre que aunque exagerada, la asociación entre indigencia y consumo de alucinógenos es verdadera. Rechazo la indigencia como forma de vida, y rechazo la tolerancia y el beneplácito que sienten algunas personas al “ayudar” al indigente. Este liberalismo egoísta perjudica a la ciudadanía misma. Muchos acusarán al sistema económico y aludirán al ejército de la reserva laboral. Pero ellos no están ahí. Están más abajo según las categorías marxistas. Se han transformado las calles y los parques, mucha gente tolera que los habitantes de calle los habiten y los usen como sus residencia sin ninguna consideración ética sobre el derecho a la igualdad o a la vida digna.

Creo que nuestra responsabilidad está en no tolerar más esta situación. Y en exigir una solución política a este problema cultural.      



*La imagen fue tomada de Ikarus Gallery Cultural Program https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEggJf-lN7bmiYC0pKkobxzxSxImarsQfXzUfMZVyxCe7HVwVf_FcyQAh8z1DMFBHO1r8FA5Iw9tTNIXEqqx_4oGI8agrP2i1dDmGU7OfQnAP_X_rlzAhNP6QzMBO0O3j-MdAZNlqFpNMCu9/s320/Indigencia.JPG. 

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