Los Juegos del Hambre
son una versión radical de lo que hoy conocemos como realities. Pero son un acontecimiento cuyo origen se asocia al fin
de las libertades civiles de los “distritos” que “participan”, como castigo a
una antigua rebelión infructuosa. La diferencia entre el modo de vida de los
habitantes del distrito 12 y la de los habitantes del lugar donde se realizan
los juegos es significativa. Tal diferencia es suficiente para sostener que las
razones materiales para una rebelión están establecidas. Hasta hace muy poco
pude ver esta película y más allá del argumento trágico-cómico del romance de
los protagonistas hay un elemento que a
mi parecer ilustra muy bien una de las iniquidades que sociedades como la
colombiana viven a diario. Seleccionar algunos jóvenes para que luchen en un
ritual más que sacrificial por cosas etéreas.
Es imposible sostener con evidencia la existencia de una gran
conspiración mediática-militar en Colombia, como la que existe en la película.
Pero se acerca. Basta ver la parafernalia del desfile militar del 20 de julio y
la manera como esa heroicidad se fija en las mentes de los más pequeños. ‘Tributo’,
en la película, se refiere al joven que cada distrito entrega cada año para la
realización de los juegos, así como las poblaciones más pobres en Colombia
entregan cada año a sus jóvenes para nuestra propia versión del juego, sólo que
aquí hay doble tributación, pues las poblaciones entregan sus jóvenes tanto al
Ejército y sus distritos de reclutamiento como a la guerrilla y otros grupos,
así como en la película, sin derecho a negarse. Una pregunta surge al comparar
nuestra realidad con la ficción ¿quién se divierte con este juego? La respuesta
no es evidente, pero a algún lugar tienen que ir los más de veinte billones anuales de
pesos que se gastan en seguridad y defensa de parte del gobierno nacional y
algún otro tanto gastado por el otro contrincante. En alguna parte deben estar
los beneficiarios de la guerra en Colombia.
Nuestros juegos (nuestro conflicto armado) también son
televisados. La perversión de la guerra es mostrada como si no lo fuera a
través de la falsa noción de noticias que poseemos en Colombia. En nuestra realpolitik el patrocinio a unos tributos da réditos políticos, mientras
que hacerlo a otros los quita. Nuestro castigo ya casi completa 70 años. Pero tampoco
le desagrada mucho a la población colombiana, sólo unos cuantos se asquean por
la guerra, a los demás les falta empatía. Y muchas veces a todos nos falta esa
capacidad de percibir lo que el otro puede sentir en un determinado contexto,
en nuestro caso, cuando uno de nuestros jóvenes se marcha a la guerra. Por eso,
preguntarse por lo distópico de la película no resulta vano. Por el contrario
nos acerca a una reflexión sobre la posibilidad de que llegue un día en que la
muerte nos parezca completamente divertida, como si tan solo hiciera parte de
un reality.
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