domingo, 16 de septiembre de 2012

¿Cómo se combinan los efectos del mercado, de la represión y de la televisión?


Imagen tomada de www.elquintopoder.cl


Con ocasión de un aniversario más de la caída del único gobierno realmente socialista que ha existido en latinoamerica, he retomado un texto escrito hace algún tiempo sobre los regímenes comunicativos y su relación con los regímenes políticos en la sociedad chilena, para recordar un poco lo sucedido allí y para pensar en lo que sucede en Colombia.

Para José Joaquín Brunner, en su artículo “Cultura y Sociedad en Chile”, la cultura, en su búsqueda interpretativa y constructora de un sentido común compartido comunicativamente,  puede ser entendida como “el movimiento de la sociedad en el proceso de producirse continuamente a sí misma bajo la forma de sus inagotables juegos comunicativos”(Brunner, 1988:46); de manera que en ese acto creativo de confundirse productivamente, termina la cultura siendo una esfera especializada de la sociedad en la que se administran mundos simbólicos que determinan la experiencia cotidiana y no sólo un campo de acción de la política.

Brunner sugiere una distinción analítica entre sociedad y cultura en virtud del entendimiento de la cultura más allá de su acepción de productora de sentido. Para hacer tal distinción se vale de la noción de campo, considerando a la sociedad como un sistema de campos, dando a la cultura el valor de campo privilegiado, de unos individuos, unas instituciones y unos determinados procesos que organizan la circulación y el reconocimiento de los bienes simbólicos producidos (Brunner, 1988:46). Según este autor chileno, la cultura se transforma tanto por factores internos como por factores externos. Y en el Chile desde el que habla, se pueden reconocer tres diferentes periodos en cerca de veinte años: uno de carácter demócrata-cristiano, que gestó las bases para uno posterior de carácter socialista, que tras permanecer tres años en el poder y lograr el avance de décadas es derrocado por Pinochet y su modelo neoliberal, proceso que terminó creando una cultura muy particular.

Para Brunner, la resistencia al régimen autoritario se mostró a través de espacios de simbolización, gracias a la herencia recibida por la sociedad chilena de sus anteriores experiencias, y pese a las estrategias del régimen militar que buscaron restituir en Chile el sentido de lo jerárquico y las barreras entre las clases sociales.

Para Brunner, el régimen militar no explica toda la vida social chilena durante esta época, debido a que todos aquellos que fueron exiliados desde 1973 también hicieron parte de la historia social de Chile. De alguna manera pervivieron sus ideales, valores, creencias y aprendizajes, logrando mantenerse dentro de Chile, pese a la censura.  Reaparecieron en expresiones como la literatura, la poesía, las celebraciones, los recuerdos y los sueños. y estos espacios de simbolización aparecían porque se había reprimido la experiencia colectiva durante el régimen. En este punto es identificable un conflicto que terminaron ganando los oprimidos.  Estos campos, esperaba Brunner en aquella época, terminarían por afectar la política y por presionar cambios en el statu quo de la dictadura desde arriba.

Teniendo presente el anterior esquema podemos atender la relación entre régimen político y régimen comunicativo, que plantea en su artículo “Chile, otro país”. Acá Brunner parte del supuesto de que existe un vínculo profundo entre el sistema político de una sociedad y el régimen comunicativo que aquél condiciona y que necesita para sobrevivir. Con ello presente, el autor caracteriza el régimen comunicativo de la democracia ("allí donde todo se agita en torno nuestro" [Brunner, 1988: 66]), como aquél que se basa en la política, la ley y la escuela. Hasta el ascenso al poder de Allende, las anteriores bases funcionaron y, de hecho, al crear una esfera pública, donde lo que importaba era la palabra, promovieron el ascenso al poder del régimen socialista.

Según Brunner, la dificultad que encarnó el régimen comunicativo socialista fue el fenómeno de la inflación ideológica, puesto que indujo la creencia de que la desigualdad y la explotación serían superados ampliando los efectos redistributivos del Estado de compromiso (o de negociación entre clases). Cuando llegó el gobierno socialista se dieron cuenta de que la ley, la escuela y la política no eran medios eficaces para impulsar un proyecto revolucionario por cuanto eran instituciones exclusivas del régimen anterior. 

Este  orden comunicativo de Chile se deshizo, y como la sociedad no pudo reconocerse como un todo, fue la oportunidad que aprovecharon los militares, quienes inauguraron un nuevo régimen comunicativo, en el que se supieron combinar de manera heterogénea los efectos del mercado, de la represión y de la televisión, logrando con los primeros la atomización de la sociedad, con los segundos, la pulverización de las organizaciones sociales y con los terceros, el moldeamiento de los imaginarios sociales. Todo esto con el fin de generar dinámicas de privatización que movieran a la gente hacia proyectos individuales de bienestar. Este modelo redujo la sociedad a una competencia entre demandas individuales, obligando a los individuos a moverse entre las coordenadas inciertas de la represión.

La esperanza chilena se centró, entonces, en la resistencia, que había encontrado maneras propias de expresarse en la sociedad. Había conquistado espacios sociales gracias al papel desempeñado por la iglesia católica en el complejo y lento proceso de recomposición de la sociedad. Pero este régimen subrepticio surgió, a diferencia del militar, débil y disperso, con alcances locales y con múltiples centros de articulación. Esta entropía comunicativa en la que vivió Chile, producto de la incapacidad de organizarse comunicativamente en torno a unos medios compartidos, afectaron la estabilidad del orden cotidiano. Así, la vida cotidiana perdió su estructura de referencias compartidas, lo que impidió el encuentro de terrenos comunes de interacción.

Con esto apareció una contradicción de interpretaciones que buscaban definir la identidad de los individuos. Pero el régimen militar siguió persistente en su deseo de extirpar el pasado político de Chile, su historia, sus hábitos mentales, su tolerancia ideológica, su formalismo legal y su noción liberal de derechos humanos. Brunner advirtió la disolución de dicho régimen toda vez que no era posible infundir conformismo, a través del régimen comunicativo de la dictadura, entre otras porque estaba viciado con su contrario, el volcamiento de la política en la sociedad, lo que generó un nuevo espacio público, obligándolo a tener rendimientos decrecientes a la hora de usar la represión y de manipular comunicativamente la televisión.

Y en Colombia ¿cómo se combinan los efectos del mercado, de la represión y de la televisión? ¿Se ha logrado aquí también la atomización de la sociedad, la pulverización de las organizaciones sociales y el moldeamiento de los imaginarios sociales? Basta hacer el ejercicio de pensar en un programa de televisión popular como Protagonistas de Nuestra Tele, en un movimiento social de reciente manifestación y sin el menor apoyo masivo como quienes se enfrentan contra la privatización de la educación, o en la última actitud de la ciudadanía ante un problema concreto como la delincuencia juvenil. Las soluciones por lo general son individualistas, toda vez que el imaginario del éxito individual tiene plena vigencia y los costos de cambiarlo son tan altos que se arriesga la propia vida en su más pequeño intento.

Bibliografía:
Brunner, J.J., (1988), Un espejo trizado. Ensayo sobre cultura y políticas culturales. Ed. FLACSO.     

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