Imagen tomada de www.elquintopoder.cl
Con ocasión de un aniversario más de la caída del único gobierno realmente socialista que ha existido en latinoamerica, he retomado un texto escrito hace algún tiempo sobre los regímenes comunicativos y su relación con los regímenes políticos en la sociedad chilena, para recordar un poco lo sucedido allí y para pensar en lo que sucede en Colombia.
Para José Joaquín
Brunner, en su artículo “Cultura
y Sociedad en Chile”, la cultura, en su búsqueda interpretativa y constructora de un sentido común compartido comunicativamente, puede ser entendida como “el movimiento de la
sociedad en el proceso de producirse continuamente a sí misma bajo la forma de
sus inagotables juegos comunicativos”(Brunner,
1988:46); de manera que en ese acto creativo de confundirse
productivamente, termina la cultura siendo una esfera especializada de la
sociedad en la que se administran mundos simbólicos que determinan la
experiencia cotidiana y no sólo un campo de acción de la política.
Brunner sugiere una distinción
analítica entre sociedad y cultura en virtud del entendimiento de la cultura
más allá de su acepción de productora de sentido. Para hacer tal distinción se
vale de la noción de campo,
considerando a la sociedad como un sistema de campos, dando a la cultura el
valor de campo privilegiado, de unos individuos, unas instituciones y unos
determinados procesos que organizan la circulación y el reconocimiento de los
bienes simbólicos producidos (Brunner, 1988:46). Según este autor chileno, la
cultura se transforma tanto por factores internos como por factores externos.
Y en el Chile desde el que habla, se pueden reconocer tres diferentes periodos
en cerca de veinte años: uno de carácter demócrata-cristiano, que gestó las bases para
uno posterior de carácter socialista, que tras permanecer tres años en el poder
y lograr el avance de décadas es derrocado por Pinochet y su modelo neoliberal, proceso que terminó creando una cultura muy particular.
Para Brunner, la resistencia al régimen autoritario se mostró a través de espacios de
simbolización, gracias a la herencia recibida por la sociedad chilena de
sus anteriores experiencias, y pese a las estrategias del régimen militar que
buscaron restituir en Chile el sentido de lo jerárquico y las barreras entre
las clases sociales.
Para Brunner, el régimen militar no explica toda la vida social chilena durante
esta época, debido a que todos aquellos que fueron exiliados desde 1973 también
hicieron parte de la historia social de Chile. De alguna manera pervivieron sus
ideales, valores, creencias y aprendizajes, logrando mantenerse dentro
de Chile, pese a la censura. Reaparecieron en expresiones como la literatura,
la poesía, las celebraciones, los recuerdos y los sueños. y estos espacios de
simbolización aparecían porque se había reprimido la experiencia colectiva
durante el régimen. En este punto es identificable un conflicto que terminaron ganando
los oprimidos. Estos campos, esperaba
Brunner en aquella época, terminarían por afectar la política y por presionar
cambios en el statu quo de la dictadura desde arriba.
Teniendo presente el anterior
esquema podemos atender la relación entre régimen político y régimen
comunicativo, que plantea en su artículo “Chile, otro país”. Acá Brunner parte
del supuesto de que existe un vínculo profundo entre el sistema político de una
sociedad y el régimen comunicativo que aquél condiciona y que necesita para
sobrevivir. Con ello presente, el autor caracteriza el régimen comunicativo de
la democracia ("allí donde todo se agita en torno nuestro" [Brunner,
1988: 66]), como aquél que se basa en la política, la ley y la escuela.
Hasta el ascenso al poder de Allende, las anteriores bases funcionaron y, de
hecho, al crear una esfera pública, donde lo que importaba era la palabra,
promovieron el ascenso al poder del régimen socialista.
Según Brunner, la dificultad
que encarnó el régimen comunicativo socialista fue el fenómeno de la inflación ideológica, puesto que indujo la creencia de que la desigualdad y la explotación serían superados ampliando los efectos redistributivos del Estado de compromiso (o de
negociación entre clases). Cuando llegó el gobierno socialista se dieron cuenta de que la ley, la escuela y la política no eran medios eficaces para impulsar un
proyecto revolucionario por cuanto eran instituciones exclusivas del régimen
anterior.
Este orden comunicativo de
Chile se deshizo, y como la sociedad no pudo reconocerse como un todo, fue la
oportunidad que aprovecharon los militares, quienes inauguraron un nuevo
régimen comunicativo, en el que se supieron combinar de manera heterogénea los
efectos del mercado, de la represión y de la televisión, logrando con los
primeros la atomización de la sociedad, con los segundos, la pulverización de
las organizaciones sociales y con los terceros, el moldeamiento de los
imaginarios sociales. Todo esto con el fin de generar dinámicas de
privatización que movieran a la gente hacia proyectos individuales de
bienestar. Este modelo redujo la sociedad a una competencia entre demandas
individuales, obligando a los individuos a moverse entre las coordenadas
inciertas de la represión.
La esperanza chilena se centró, entonces, en la resistencia, que había encontrado maneras
propias de expresarse en la sociedad. Había conquistado espacios sociales
gracias al papel desempeñado por la iglesia católica en el complejo y lento
proceso de recomposición de la sociedad. Pero este régimen subrepticio surgió, a diferencia del militar, débil y disperso, con alcances
locales y con múltiples centros de articulación. Esta entropía comunicativa en la
que vivió Chile, producto de la incapacidad de organizarse
comunicativamente en torno a unos medios compartidos, afectaron la
estabilidad del orden cotidiano. Así, la vida cotidiana perdió su
estructura de referencias compartidas, lo que impidió el encuentro de terrenos
comunes de interacción.
Con esto apareció una
contradicción de interpretaciones que buscaban definir la identidad de los
individuos. Pero el régimen militar siguió persistente en su deseo de extirpar
el pasado político de Chile, su historia, sus hábitos mentales, su tolerancia
ideológica, su formalismo legal y su noción liberal de derechos humanos. Brunner
advirtió la disolución de dicho régimen toda vez que no era posible infundir
conformismo, a través del régimen comunicativo de la dictadura, entre otras
porque estaba viciado con su contrario, el volcamiento de la política en la
sociedad, lo que generó un nuevo espacio público, obligándolo a tener
rendimientos decrecientes a la hora de usar la represión y de manipular
comunicativamente la televisión.
Y en Colombia ¿cómo se
combinan los efectos del mercado, de la represión y de la televisión? ¿Se ha
logrado aquí también la atomización de la sociedad, la pulverización de las
organizaciones sociales y el moldeamiento de los imaginarios sociales? Basta
hacer el ejercicio de pensar en un programa de televisión popular como
Protagonistas de Nuestra Tele, en un movimiento social de reciente
manifestación y sin el menor apoyo masivo como quienes se enfrentan contra la
privatización de la educación, o en la última actitud de la ciudadanía ante un
problema concreto como la delincuencia juvenil. Las soluciones por lo general
son individualistas, toda vez que el imaginario del éxito individual tiene
plena vigencia y los costos de cambiarlo son tan altos que se arriesga la
propia vida en su más pequeño intento.
Bibliografía:
Brunner, J.J., (1988), Un espejo trizado. Ensayo sobre cultura y
políticas culturales. Ed. FLACSO.
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