sábado, 24 de mayo de 2014

El auge de la intolerancia



La muerte de un “habitante de calle” -Calidoso- causó revuelo en los medios colombianos hace unas semanas. Por una parte se especuló sobre los victimarios, bien una venganza personal, hipótesis que tomó fuerza y se confirmó, o bien el abuso de un grupo neonazi cuya presencia y hasta su patrocinio por parte de la Policía también fue noticia hace algunas semanas. Este hecho, directamente relacionado con un tema del que ya había escrito antes (Pseudociudadanía), y el tema siempre inquietante de la intolerancia, me ha hecho reflexionar sobre su auge en Colombia. 

Si bien se descartó la hipótesis de que la muerte de Calidoso hubiese sido producto de un ataque neonazi, no por ello se dejó de hablar en ciertos círculos de la “limpieza social” que se viene realizando por parte de este tipo de grupos contra los habitantes de calle y contra otras personas consideradas indeseables por algunos sectores de la sociedad. La existencia de grupos neonazis es un problema de orden público para las autoridades pero también es un problema cultural y político. No puede simplemente encasillarse como una de las subculturas colombianas, o como una de las expresiones juveniles, puesto que hay en ella grandes evidencias de intolerancia, por no hablar de que también hay delitos. Lo único intolerable es la intolerancia. 

Pero la intolerancia no es exclusiva de los neonazis, y por ello hay que enfrentarla donde quiera que surja. Poco a poco nuestra sociedad ha empezado a vivir una nueva crisis de tolerancia. Esto es producto, tal vez, del inacabable conflicto armado, o de la exclusión, o de la desigualdad o de la pobreza y en el mejor de los casos de la mala calidad de la educación. 

Los cristianos han vuelto a ser intolerantes, como en épocas de la inquisición o previas a la reforma protestante. Los liberales han olvidado la tolerancia y confluyen hacia un liberalismo económico, individualista pero ampliamente intolerante con lo que consideran indeseable. 

Los partidos que se dicen democráticos excluyen y no toleran dentro de sí expresiones de divergencia ni las menores contradicciones. Sexismo, homofobia, racismo, intolerancia religiosa, intolerancia política, intolerancia hacia otras fanaticadas, intolerancia al error, intolerancia a lo feo, intolerancia a lo bello, intolerancia a la música del otro, intolerancia a lo nuevo, intolerancia al otro y al espacio que ocupa son cada día más frecuentes en Colombia. Los titulares de todos los medios se llenan a diario con este tipo de eventos, y las soluciones parecen estar más lejos que cerca. La ley antidiscriminación desplazó el problema desde lo cultural hacia lo jurídico, pero allí tampoco se ha resuelto mucho

No se aprende la tolerancia por temor al castigo. E inclusive la simple tolerancia no es suficiente para la construcción de la ciudadanía. Adela Cortina se pronuncia en este sentido, la simple tolerancia no conlleva a la construcción de un colectivo, y sus límites aparecen cuando desde visiones del mundo diferentes, deseamos lo mismo. Ahí nos volvemos más intolerantes. Porque entramos en competencia, competimos por algo que es escaso. Hay que realizar una corrección de nuestros deseos. Y aquí es donde debe aparecer el tema de la justicia. Nuestra sociedad está llegando a límites insospechados de intolerancia como producto de las fallas en nuestras principales instituciones de justicia. 

Y para ilustrar esto vuelvo al caso de Calidoso. Después de su muerte, muchos de sus vecinos, los estudiantes de la Universidad Javeriana le rindieron homenaje, como si ser una persona decente ocultara lo poco digna que era la vida de dicho personaje. “Vivir” en la calle no es digno. La preocupación fue tardía y falaz. No fue el hecho de su asesinato la prueba reina de la intolerancia, sino el hecho de su vida en la calle. No se puede pensar que “vivir” en la calle sea una forma de vida que alguien escoja por uso de su propia razón. De modo que al homenajearlo se hizo un homenaje a la injusticia. La forma de reconocer que Calidoso era un ser humano, era haber intervenido a tiempo, ayudándolo a salir de la situación en la que se encontraba, reparando esa injusticia. 

Si nuestras instituciones de justicia funcionaran correctamente, seguramente los niveles de intolerancia serían mucho más bajos. Y esa tolerancia activa daría paso a la construcción de una verdadera ciudadanía. A tal punto que lo intolerable sería la corrupción, el delito, la falta de cultura ciudadana, y la injusticia, y no como lo es hoy en día.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La democracia vs los derechos

“ Pequeña fábula: érase una vez una comunidad de ovejas que hicieron una votación para definir si les convenía o no la decisión de los lob...