Hubo una época en la que era posible optar moralmente por la
libertad o por la felicidad. Tal diferencia permitía saber si se compartía el
utilitarismo o el liberalismo. Hoy a
comienzos del siglo XXI las opciones parecen haber cambiado, o escogemos la
justicia o escogemos la democracia. El año 2011 ha sido particularmente
revoltoso. En muchos lugares del mundo se han librado revoluciones o falsas
revoluciones. Si soy coherente con el hecho de que es preferible una vida plena
de significado a una escasamente significativa tengo que atender al hecho de
que la vida democrática posee una pobreza de sentido en la medida que se
eterniza como el único sistema posible (Paredes, 2009:21). La democracia desactiva
la fuerza de acrecentamiento vital, la democracia es hostil a la vida (Ibíd.)
Cuando muchos creen que la democracia está fallando porque
incumple sus promesas realmente está dejando de ver que esa es en esencia la
democracia: el incumplimiento de promesas a través de las razones, de los
límites. Cada vez que un gobierno que se precia de ser democrático incumple sus
promesas expone las razones por las que no pudo cumplir y éstas se asocian generalmente
a que tal gobierno democrático alcanzó sus límites. Desde hace mucho sabemos de
los problemas del incumplimiento de las promesas, y hacemos juicios morales
sobre aquellos individuos que incumplen promesas. Pero cuando lo no-individual,
el colectivo, el Estado o la sociedad incumplen sus promesas no hacemos ningún
juicio moral sino que individualizamos las responsabilidades y con ello las
diluimos.
Lo cierto es que la democracia es en esencia el
incumplimiento de las promesas. Por esa razón tenemos o no instituciones como
la reelección. Si un gobernante no alcanzó a cumplir sus promesas entonces le
otorgamos otro periodo para que las cumpla, o bien le quitamos el voto de
confianza y nuevas promesas incumplidas llegarán a gobernarnos. La promesa más
incumplida es la del uso razonable de la fuerza. ¿Está la guerra dentro de las
promesas incumplidas? ¿O es la paz y la tranquilidad lo que esperamos desde que
cedemos nuestra libertad al soberano? La paz es la promesa más incumplida de
todos los gobiernos democráticos. En
la actualidad hay 22 países en el mundo en guerra interna, en los cuales se
celebran elecciones. Y hay otros en guerra externa, particularmente Estados
Unidos quien libra dos guerras contra el mundo en general, la guerra contra el
tráfico ilegal de narcóticos y sus derivados, y la guerra contra el terrorismo
y sus favorecedores. De modo tal que la democracia no parece ser el antónimo
por excelencia de la guerra, sino que por el contrario esta última hace parte
de los modos de ser de la primera, especialmente cuando se decide por la
intervención. Pero la democracia, en este tiempo, no basta. Existe un
descontento generalizado en todos los países “democráticos” y hay elementos
suficientes en el ambiente para pensar que tal descontento proviene de que el
incumplimiento de las promesas, típico de la democracia, ha sobrepasado los
límites. Este exceso no está tan relacionado con el asunto de hacer la guerra,
sino con el funcionamiento de la economía que ha logrado abarcar tantos campos
de la vida humana, que domina sobre todos ellos.
De nada sirven hoy las predicciones apocalípticas y tal vez
sea hora de decir que la democracia ha llegado a su límite para resolver la cuestión
de la vida en conjunto y hay que optar por la justicia hasta cuando esta llegue
a sus propios límites. Si bien la justicia era en sí una parte constitutiva de
todas las teorías democráticas hoy resulta ser la única candidata a
sustituirlas. Cuando la gente veía tiranías pedía justicia, cuando la gente
veía explotación pedía justicia, cuando la gente veía guerras intestinas pedía
justicia, pero se les dio democracia, en el entendido de que la justicia
provenía de alguna forma perfeccionada de democracia. Pero llevamos más de 200
años, como mundo occidental, con democracias extendiéndose por doquier y ni un
año de justicia.
La justicia ha sido el tema por excelencia de todos los
pensadores liberales de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Muchos de
ellos dieron igual valoración injusta a los regímenes capitalistas explotadores
que a las revoluciones que sumían a sus pueblos en el atraso con el fin de
mantener una igualdad, que después de la caída abrupta del burocratismo de
tales sociedades, se mostró como inexistente y falsa. Por eso tal vez sea
necesario hoy en día la instauración de regímenes
de justicia, cuyos dirigentes sean seleccionados al azar, de modo tal que
la preocupación principal de estas nuevas sociedades sea la plenitud de
significado y de fuerza vital, la apertura de posibilidades y no la
preocupación por la elección venidera o el siguiente cargo a desempeñar para
enriquecerse.