lunes, 17 de octubre de 2011

LA DEMOCRACIA NO BASTA


Hubo una época en la que era posible optar moralmente por la libertad o por la felicidad. Tal diferencia permitía saber si se compartía el utilitarismo o el liberalismo. Hoy  a comienzos del siglo XXI las opciones parecen haber cambiado, o escogemos la justicia o escogemos la democracia. El año 2011 ha sido particularmente revoltoso. En muchos lugares del mundo se han librado revoluciones o falsas revoluciones. Si soy coherente con el hecho de que es preferible una vida plena de significado a una escasamente significativa tengo que atender al hecho de que la vida democrática posee una pobreza de sentido en la medida que se eterniza como el único sistema posible (Paredes, 2009:21). La democracia desactiva la fuerza de acrecentamiento vital, la democracia es hostil a la vida (Ibíd.)

Cuando muchos creen que la democracia está fallando porque incumple sus promesas realmente está dejando de ver que esa es en esencia la democracia: el incumplimiento de promesas a través de las razones, de los límites. Cada vez que un gobierno que se precia de ser democrático incumple sus promesas expone las razones por las que no pudo cumplir y éstas se asocian generalmente a que tal gobierno democrático alcanzó sus límites. Desde hace mucho sabemos de los problemas del incumplimiento de las promesas, y hacemos juicios morales sobre aquellos individuos que incumplen promesas. Pero cuando lo no-individual, el colectivo, el Estado o la sociedad incumplen sus promesas no hacemos ningún juicio moral sino que individualizamos las responsabilidades y con ello las diluimos.

Lo cierto es que la democracia es en esencia el incumplimiento de las promesas. Por esa razón tenemos o no instituciones como la reelección. Si un gobernante no alcanzó a cumplir sus promesas entonces le otorgamos otro periodo para que las cumpla, o bien le quitamos el voto de confianza y nuevas promesas incumplidas llegarán a gobernarnos. La promesa más incumplida es la del uso razonable de la fuerza. ¿Está la guerra dentro de las promesas incumplidas? ¿O es la paz y la tranquilidad lo que esperamos desde que cedemos nuestra libertad al soberano? La paz es la promesa más incumplida de todos los gobiernos democráticos. En la actualidad hay 22 países en el mundo en guerra interna, en los cuales se celebran elecciones. Y hay otros en guerra externa, particularmente Estados Unidos quien libra dos guerras contra el mundo en general, la guerra contra el tráfico ilegal de narcóticos y sus derivados, y la guerra contra el terrorismo y sus favorecedores. De modo tal que la democracia no parece ser el antónimo por excelencia de la guerra, sino que por el contrario esta última hace parte de los modos de ser de la primera, especialmente cuando se decide por la intervención. Pero la democracia, en este tiempo, no basta. Existe un descontento generalizado en todos los países “democráticos” y hay elementos suficientes en el ambiente para pensar que tal descontento proviene de que el incumplimiento de las promesas, típico de la democracia, ha sobrepasado los límites. Este exceso no está tan relacionado con el asunto de hacer la guerra, sino con el funcionamiento de la economía que ha logrado abarcar tantos campos de la vida humana, que domina sobre todos ellos.

De nada sirven hoy las predicciones apocalípticas y tal vez sea hora de decir que la democracia ha llegado a su límite para resolver la cuestión de la vida en conjunto y hay que optar por la justicia hasta cuando esta llegue a sus propios límites. Si bien la justicia era en sí una parte constitutiva de todas las teorías democráticas hoy resulta ser la única candidata a sustituirlas. Cuando la gente veía tiranías pedía justicia, cuando la gente veía explotación pedía justicia, cuando la gente veía guerras intestinas pedía justicia, pero se les dio democracia, en el entendido de que la justicia provenía de alguna forma perfeccionada de democracia. Pero llevamos más de 200 años, como mundo occidental, con democracias extendiéndose por doquier y ni un año de justicia.

La justicia ha sido el tema por excelencia de todos los pensadores liberales de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI. Muchos de ellos dieron igual valoración injusta a los regímenes capitalistas explotadores que a las revoluciones que sumían a sus pueblos en el atraso con el fin de mantener una igualdad, que después de la caída abrupta del burocratismo de tales sociedades, se mostró como inexistente y falsa. Por eso tal vez sea necesario hoy en día la instauración de regímenes de justicia, cuyos dirigentes sean seleccionados al azar, de modo tal que la preocupación principal de estas nuevas sociedades sea la plenitud de significado y de fuerza vital, la apertura de posibilidades y no la preocupación por la elección venidera o el siguiente cargo a desempeñar para enriquecerse.


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Bibliografía 
Paredes, Diego (2009) La crítica de Nietzsche a la democracia. Ed. Universidad Nacional. 

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